Aquel día amaneció demasiado pronto,
o quizás solo fue una impresión. La tenue luz que se colaba por los
barrotes no aportaba demasiado sobre lo que ocurría en el exterior.
Le dolía todo el cuerpo, pero especialmente la espalda. La dureza
del lecho y el estado avanzado de su embarazo le robaban el sueño.
Con dificulta logró apoyarse en un codo para incorporarse. Un
repentino pinchazo le sorprendió al empezar a andar. No necesitó
más. Le temblaban las piernas.
Hacía apenas nueve meses, la misma
mujer paseaba desorientada por el bazar de Herat. El sol abrasaba las
calles. Muchas, como ella, habían salido de sus casas ese día sin
necesidad ya de ser acompañadas por hombres. Aquello era un caos:
los puestos desordenados cruzando la calle, envolviéndola con sus
telas de colores vivos, los comerciantes hablando a voces, las
mujeres regateando, ratas en los desechos, niños tirando de las
faldas de sus madres y, al cruzar la esquina, en la lejanía, un
coche se aproxima a ella con demasiada velocidad. Al principio no
hizo más que sobresaltarse. El vehículo se detuvo frente a ella y
un hombre robusto se bajó del asiento del copiloto, mirándola
fijamente. Le tapó la boca con una mano sudorosa y la arrastró hacia
el asiento trasero, donde pudo mirar, por primera vez, a los ojos al hombre que
conducía. Sintió náuseas. En ese momento entendió
lo que iba a pasar.
Nefise fue condenada a un año de
cárcel en un juicio celebrado tiempo después de su violación. En
él contó su versión de los hechos, pero aun así, el juez la
acusó de delito sexual. Tras dar a la luz y cumplir condena deberá
casarse con su agresor.
Nefise no fue la primera ni será, por
desgracia, la última. Con quince años, sola, tirada en el suelo de
una cárcel afgana y a punto de dar a luz, deseó que no naciera niña.
Autora: Ana Díaz Navarro
1ºBCT A
Publicado por: Paula Palomares Guerrero
4ºESO C